En FranklinCovey llevamos décadas abordando el tema de la cultura organizacional.

Todo lo que valoras como tu ventaja competitiva ya no lo es. Tu producto, cadena de suministro, modelo de costos, asociaciones, marca, rotación de inventario, tecnología: todo se puede copiar. Todos los aspectos de tu modelo de negocio pueden ser robados y replicados.

La cultura es la excepción. Es el único activo que distingue a tu organización y es de hecho, su máxima ventaja competitiva.

Cuando le pedimos a los grupos que definan la cultura, surgen unas de estas dos respuestas con mayor frecuencia:

1) es la forma en que las personas se tratan entre sí y 2) es cómo hacemos las cosas por aquí.

También escuchamos a menudo que la cultura se define como «cómo se comporta la gran mayoría de las personas la gran mayoría de las veces».

Si la mayoría de las personas en tu organización son tóxicos, esa es su cultura. Si la mayoría se enfoca en el cliente, esa es su cultura. Si la mayoría asume buenas intenciones en los demás, esa es su cultura.

De nuestro trabajo en este rubro durante más de treinta años, nos hemos dado cuenta de un hecho clave sobre la generación de la cultura de las organizaciones, que desacredita parte de lo que escuchamos regularmente.

Las personas no son el activo más valioso de la organización. Eso suena genial, pero simplemente no es cierto. Más bien, las relaciones entre las personas son su activo más valioso y esto forma su cultura.

Jon puede ser un premiado por «The Rhodes Scholarships» y Tina puede ser una Ingeniera de Procesos, cinturón negro «Six Sigma», pero si no pueden trabajar bien juntos, generar confianza entre ellos, perdonarse, generalmente son perjudiciales para la cultura de la organización. Jon y Tina necesitan poder valorar los talentos del otro y sus diferencias, y trabajar de manera proactiva y complementaria.

Cuando esto sucede, su experiencia técnica, educación y genio intelectual se liberan en beneficio de la organización. Cuando no ocurre, se crea un ambiente tóxico que no solo los afecta a ambos, sino que se extiende al resto del equipo, consume a todos y enlentece el trabajo. Lamentablemente, con demasiada frecuencia se convierte en el nuevo estándar de funcionamiento cultural.

Los líderes que valoran la cultura la cultivan deliberadamente, la miden, invierten en ella. La cultura se trata como cualquier otra línea en el estado de resultados y balance.

Estos mismos líderes reconocen que la cultura se crea o destruye en cada acción, cada reunión, llamada, mensaje de texto, correo electrónico o interacción interpersonal. Cruzarse con en el pasillo, mirando un mensaje en el teléfono y no levantar la cabeza para saludar, es un momento cultural. Todos estamos tentados a ser eficientes y rara vez pretendemos perjudicar nuestra cultura, pero en un entorno de trabajo hiper productivo, se ha convertido en algo común.

Ve más despacio. Sácale la mirada a tu teléfono celular. Mira a las personas a los ojos, pregúntales cómo están y asegúrate de escuchar activamente su respuesta.

¿Eres consciente de cuánto influyes en construir o destruir la cultura de tu organización? No puedes subcontratarlo ni culpar a otros. Es tu responsabilidad.

 

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